Justo enfrente de mi nariz

Victor Saadia
6 min readJul 21, 2021

Hace como 15 años, mi esposa y mi mejor amigo decidimos irnos a la playa a la mitad de la noche a ver las estrellas. Agarramos la camioneta y fuimos a una playa desierta. Estacionamos y nos acostamos en el parabrisas en una de las noches mas claras (y oscuras) para poder ver el cielo. Había millones de estrellas.

No aguanté ni 15 segundos.

Me dio un miedo que nunca había sentido. Me sentí intimidado. Me asusté. Así que tomé las llaves y nos fuimos a dormir. Nunca hablé de esto. Ahora que lo escribo me doy cuenta que nunca lo procesé. Y es que: ¿quién tiene el lenguaje para poder procesar algo así de grande?

Hace unos días terminamos el Curso/Taller/Comunidad de Co-Creación de un Nuevo Paradigma de Sanación Humano-Planetario. Cuando escribimos el temario hace unos meses, pusimos que el curso estaría lleno de: “teoría, números, biología, sociología, medicina, risa, antropología, poesía, lágrimas, lenguajes, experiencias, silencios, medicina alternativa, meditación e ideas descabelladas.” Hoy que terminó el curso, no puedo creer que eso fue justo lo que tuvimos. De alguna manera todo se sintió sorpresivo y al mismo tiempo completamente natural.

La última clase bailamos frente al Zoom, y podría decir que las 8 sesiones previas lo hicimos también. Nunca había estado en un zoom donde todos nos quedamos sin palabras, nos quedamos viendo, y pasaban los minutos y el silencio lo decía todo. Unos lloraban, otros pensaban, otros nos sentíamos en transe. Sin café, sin sustancias que alteran la consciencia, parecía que había una conexión con todos y con todo. Justo como lo llamamos en el curso: “Estábamos en Interser”

Escribo estas palabras para procesar la experiencia. Para recordarme que fue real. Para recordarme que yo soy eso y para continuar creándome así. Nos veíamos los miércoles y los viernes a las 12 pm, justo a la mitad del día y de la semana, donde no hay tiempo para pausar, para hacer una meditación, para saber que no estamos pausando, sino viviendo. Para saber que esto es justamente lo que queremos estar haciendo y sintiendo, pero sobretodo siendo.

Una de las preguntas que más resonaron en el taller fue: “¿Qué se siente ser yo?”.

Hoy el Victor de siempre se siente diferente. No mejor, no peor, no más que, no menos que, solo diferente. Ayer en la mañana había una gran araña en el cuarto de mis hijas. No pude ni imaginarme matándola como instintivamente lo vengo haciendo siempre. La observé, le pregunté, le compartí lo que me estaba sucediendo (no es español, por supuesto) y la llevé al jardín para que continúe con su día.

En la masterclass antes de lanzar el curso, recodé un dicho chino que dice que todo está tan lejos como el horizonte, así como justo enfrente de tu nariz. Creo que este curso, creo que esta sanación mía y del planeta (que es mío y yo soy de él), están aquí. Tan lejos en el horizonte y tan presente en lo que ya soy. Los maestros de yoga siempre dicen que hay que esforzarse para lograr la postura, pero sin esfuerzo. Estoy entendiendo y sintiendo lo que eso significa.
La creación de este curso fue para mi un ejemplo de espontaneidad, de creatividad, de tomar riesgos, de lanzarse a un espacio desconocido solo con la vibración de que algo te atrae y de que lo necesitas, pero no sabes ni lo que es.

Las nueve sesiones fueron improvisadas y al mismo tiempo llevan creándose muchos años. Esto lo pude constatar con los poemas que me atreví a leer en cada sesión. No preparé ningún poema con anticipación, por alguna razón no se me ocurría ninguno apropiado cuando planeaba las clases, así que decidí no forzarlo. Pero cuando estábamos en grupo, en medio de la sesión, de alguna forma el poema perfecto llegaba y al leerlo parecía que solo ese poema hubiera podido estar ahí. Parecía coreografiado, pero no lo fue. Y lo mejor de todo es que cada quien escuchó otro poema. Porque el significado está en lo que nosotros creamos en el momento, no en lo que se supone que heredamos de afuera o de alguien más. Y siento que la sanación -y si me atrevo a continuar usando esta palabra-, es precisamente eso. Una espontaneidad y no una planeación. Una creatividad presente y no un plan anticipado de 10 pasos para cambiar al mundo.

Con todo mi pensamiento complejo, crítico, multidisciplinario y sistémico que me jacto de tener, -y de enseñar-, el poder del amor lo hace real, lo hace tangible, lo hace presente. El poder de una meditación compartida lo hace sentirse propio y no ajeno. Lo hacen a uno sentirse abundante y no en insuficiencia. Lo hacen sentirse a uno como un sistema, un organismo vivo, alguien que se conoce y se celebra, se compadece, se cuida, se comprende a si mismo. A veces parece que los pájaros que vuelan en parvadas comprenden todas estas cosas también. Así como lo árboles que se dejan rayonear o arrancar.

Vivir no tiene que ser difícil. No tiene que ser fácil. Y tampoco puedes ser un extraño en tu propio jardín.

¿Sabes lo que esto significa? (me lo estoy preguntando a mi)

Lo que significa es que tengo el gran regalo de saber que puedo elegir tratar de vivir de esta forma. Vivir al filo del significado, vivir en la creación del momento. Cada conversación una posibilidad, cada junta un espacio de descubrimiento, cada email una expresión del yo de cada momento. Tengo el privilegio de sentir y de saber esto. Tengo la responsabilidad de sentir y de saber esto.

Este es el “espacio entre historias” del que habla Eisenstein y que estuve enseñando en clase. Es un espacio vacío, pero embarazado de posibilidades. Y se me quita el miedo (o no se me quita, pero me siento valiente). Valiente de crear en la creatividad, de encontrar una forma de articular todas mis esferas de bienestar y darle al dinero la expresión que yo sé que puede tener y que mi condicionamiento y miedo biológico me han hecho vivir de otra forma.

Si quiero. Quiero crear conferencias, cursos, talleres, libros, artículos, podcasts, asesorías, consultorías, coaching. Quiero vivir de eso y para eso. No quiero la atención, quiero la conexión. No quiero clientes, no quiero followers, no quiero suscriptores. Quiero amigos. Quiero espejos. Quiero el recordatorio constante de que estamos vivos, vivos, vivos.

Por supuesto que resignificar la manera en la que veo el dinero y la manera de reflejarlo tendrá cambios. De ser una medida de valor a una expresión de valor; Por supuesto que aprender a calibrar los tiempos de como distribuir la agenda seguirá siendo un tema constante y a veces estiraré mas unas ligas y luego otras en constante aprendizaje; Por supuesto que la ansiedad también será parte del proceso, el dualismo, la ambigüedad, los cálculos en Excel y las comisiones bancarias. Pero todo está aquí. No puedo ser un extraño, o una víctima, en mi propio jardín.

El sábado pasado entré en una librería. No lo había hecho desde hace más de dos años. Empecé a leer las portadas y contraportadas, los empecé a hojear y me entró el abrumamiento. Me los quiero devorar, quiero pasar mi vida aquí, leyendo.

Me senté. Me puse a observar y a observarme. Tantos libros. Tantos mundos. Tanto espacio. Quiero estar completamente aquí para este momento. Aquí, sabiendo que seré interrumpido antes de terminar. Que sé que siempre estaré comenzando, que todo es un paso de danza, una escalera que no sube ni baja, una oportunidad para ver el cielo y sentirme pequeño y grande al mismo tiempo.

Me emociona sentirme yo. Me emociona sentirme en posibilidad. Me emociona que esta experiencia mística que estoy teniendo está llena de conceptos, de palabras claras y de lógica. Que no hay buenos ni malos y que el pensamiento dualista es útil y hermoso al igual que lo es el pensamiento holístico. Y que, en este espacio entre historias, puedo utilizar un verbo que a veces solo se le permite usar a los dioses: Crear. Y en mi calidad de dios, en la calidad de dioses de todos nosotros, vamos a continuar co-creando.

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